Así que en 1990 me convertí en una suerte de autor sin obra, escritor que no escribe, a la manera de los que tan lúcidamente analiza Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía. Lo que de eso salga, nunca se sabe. Las posibilidades de las nuevas tecnologías, sin embargo, me han embaucado de tal modo que me decidí a publicar mis últimas elucubraciones. Aquí estoy, quién lo diría, dando luz a estas palabras de un poeta ya mudo (ahora, por fin, vencedor de su propia vida). Tampoco sé a dónde me lleva esto o en qué me convierte.
El formato elegido es el blog; por tanto, el orden de lectura es el de la publicación, de la primera entrada a la última, no la cronología invertida que muestra esta herramienta. Los poemas aparecen con el paso cambiado, algo que tampoco importa demasiado pero que debo señalar para no desviarnos de la intención inicial (que tampoco sé si existió o tuvo fundamento).
Y como blog, se admiten comentarios.